MANIFIESTO SOBERANISTA POR EL 28F
El 28F, por su carácter de oficialidad impuesta, suele dar pie a reivindicaciones y críticas desde diferentes sectores del andalucismo. Un ejemplo reiterado durante décadas es la reclamación de soberanía. El problema es que esta se produce desde la defensa de un marco estatutario que la imposibilita. En otras palabras, se nos plantea una contradicción perenne que conduce a un círculo vicioso cuyo resultado no es más que la inacción política producida por el propio discurso andalucista.
Para Blas Infante, la autonomía implicaba soberanía real. Sin embargo, el andalucismo de la transición colaboró activamente en la aprobación del Pacto de Antequera, basado en un texto en el que desaparecía de facto la soberanía del pueblo andaluz al quedar sometida a la indisolubilidad de la patria española y al reconocimiento de la monarquía como garante de la misma. Esas son las condiciones de nuestra autonomía. A lo largo de los años, esta contradicción se ha ido tornando en esperpento con cada uso manipulado que se ha hecho de la palabra soberanía junto a lemas vacíos como «poder andaluz». Por desgracia, el andalucismo dominante nunca ha sido más que un regionalismo disfrazado de lenguaje infantiano.
Esta mascarada política también se refleja en lo cultural. La dependencia que el andalucismo mantuvo con las ideologías de izquierdas de la transición lo incapacitaron para marcar una ruta cultural propia para Andalucía, alejándose, por tanto, de lo que proponía Blas Infante. Esto explica la normalidad con la que se asumieron las políticas culturales del PSOE, cuya finalidad, a base de profusas subvenciones y como ya intentara en la Segunda República, era ajustar el imaginario simbólico del pueblo andaluz al marco autonómico español, diseñado en la última etapa del franquismo, desde Madrid y en diálogo con los nacionalismos dominantes del norte. Así, el andalucismo actual, que también en este ámbito proclama equívocamente seguir a Blas Infante, en realidad fundamenta su concepción identitaria en la visión y en los iconos culturales promovidos por el socialismo español durante décadas.
Con este panorama, no resulta sorprendente la futilidad de la polémica que se creó en torno a un reciente meme navideño con la figura de Blas Infante como icono soberanista. La disputa, ajena al origen de este tipo de arte posmoderno o a su uso en la propaganda ideológica de los últimos 60 años, se centró en dilucidar el supuesto grado de irreverencia hacia el “padre de la patria” o en promover la ficción de un conflicto generacional, donde una línea de pensamiento joven, heterodoxa y moderna se abría paso frente a otra vieja, ortodoxa y conservadora. En otras palabras, todo quedó en un lamentable debate superficial en el que la idea de soberanía, relegada a un segundo plano, acabó doblemente caricaturizada.
En definitiva, el marco de dependencia ideológica al que está sometido el andalucismo ha impedido que el legado soberanista de Blas Infante se aborde en serio dentro del ámbito intelectual andalucista. No resulta, pues, nada extraño que, con respecto a la soberanía, no se haya producido ningún cambio relevante hasta ahora. Es más, con los mimbres presentes, es factualmente imposible que podamos verlo a corto plazo.
Sin embargo, no es imposible salir del laberinto marcado por los discursos andalucistas, siempre a rebufo del rumbo de los partidos de izquierda. El primer paso es reconocer cómo se ha creado este callejón sin salida y cómo se ha llegado hasta él. El segundo es hacer pedagogía sobre la necesidad de construir un soberanismo real para el siglo XXI que, tomando el librepensamiento como principio básico, posibilite la liberación de nuestro imaginario identitario andaluz de las zarpas partidistas, tanto de izquierdas como de derechas.
Desde el CEHA animamos a toda la sociedad andaluza a embarcarse en ese cambio.
Más que nunca en vísperas del Día Institucional de Andalucía,
VIVA ANDALUCÍA LIBRE