AÚN ES POSIBLE LA ESPERANZA
¡Somos porque fuimos y seremos porque somos!
Hace más de cien años, el pueblo andaluz salió a las calles de Andalucía rebelándose ante la situación de miseria física y social, ante la postración a la que el poder lo tenía sometido. El manifiesto publicado por el incipiente movimiento andalucista comenzaba con una llamada al tenue ser milenario. “Ciudadanos andaluces, nuestra voz quiere llenar de imperativos de vida clamorosa y palpitante el silencio de muerte de vuestras conciencias calladas…”. Meses después, y en una manifestación celebrada en Córdoba, se gritó por primera vez “Viva Andalucía Libre”. Y antes de ser asesinados, nuestros antecesores nos dejaron un himno que clamaba: “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad”.
Hace más de cuarenta años, el pueblo andaluz inundó las calles de Andalucía con un grito unánime de dignidad que retumbó por toda España y conmocionó a la Europa de los mercaderes. Su exigencia era simple y clara: “No queremos ser más que nadie, pero tampoco queremos ser menos que nadie”. Y un malagueño dejó su vida ante los disparos de un mal nacido y muchos andaluces y andaluzas, perdieron su vida entre la sordidez de unos dirigentes embaucadores y la codicia de territorios mejor situados gracias a su influencia en la presuntamente desaparecida dictadura. Los andaluces se sabían abandonados… y lo asumían con plena conciencia.
Hoy, el pueblo andaluz ha cambiado, ya no grita, no se rebela, no se levanta. Hoy, el pueblo andaluz dormita anestesiado mediante inyecciones de per, de subvenciones, de planes de empleo, de subsidios y resto de limosnas, tanto europeas como españolas. Actualmente, el pueblo andaluz deja su dignidad en el aparcamiento del centro comercial donde permuta ser por tener. Y, aunque en su interior reconoce que eso no es lo que desea, acepta la situación, porque, al menos, no pasa hambre. Y se olvida de la respuesta que, a comienzos del pasado siglo, un jornalero dio al cacique que le ofrecía cinco pesetas por votar a los suyos: “¡En mi jambre mando yo!”.
Esta ilógica situación no es natural. Ni es consecuencia de la historia, ni de un racional desarrollo humano, ni de la acción social, ni de la labor productiva de un pueblo, es algo diseñado y ejecutado desde un poder superior que prima a territorios ubicados en el centro-norte de España y castiga al sur invadido que, por ser colonia, ha de estar varios escalones más abajo de los demás.
Y, para nuestra deshonra y desgracia, los cipayos que llevan a efecto este inicuo trabajo son los gobernantes que elegimos cada cuatro años para que administren nuestra autonomía. Aquellos que hace cuatro decenios abanderaron hipócritamente las cabeceras de las propuestas, son los mismos que, año a año, legislatura tras legislatura, han ido traicionando a Andalucía y a su gente, no sólo con alarmantes prácticas de corrupción que hieren el ser andaluz, sino por el detrimento cultural, social, industrial, investigador y político que le han usurpado para satisfacer sus mezquinos intereses y los de su jaez. Virreyes mercenarios que algún día, después de enfrentarse a la justicia, tendrán que rendir cuentas ante el pueblo y ante la historia.
Tanto los gobiernos estatales como, y principalmente, los gobernantes andaluces han ido apagando cualquier sentimiento de identidad y de cariño hacia la tierra donde desarrollamos nuestra vida y donde muchos de nosotros encontraremos el final de nuestros días. Si no amamos a nuestra casa, si no queremos a nuestra familia, si no luchamos por nosotros mismos, ¿por quién vamos a pelear?
Los distintos gobiernos estatales y andaluces, han ido postergando y utilizando a la noble Andalucía, como moneda de cambio en provecho partidista o de diversos intereses espurios, frente a otras autonomías españolas o frente a intereses europeos. Y, todo ello, una y otra vez, hasta el punto de llevar a nuestra matria andaluza a la paupérrima situación actual: desposeída de sus genuinos valores culturales; desplazada a los últimos lugares del desempleo europeo; esquilmada de sus grandes industrias pretéritas y defenestrada de sus fecundos recursos endógenos. Ello provoca que, de nuevo, nuestros jóvenes tengan que emigrar allende nuestras fronteras para poder conseguir una forma de vida algo aceptable.
Andalucía ha visto, además, cómo desaparecían las bases militares foráneas de otros territorios, mientras aquí se mantenían y ampliaban -la franja occidental soporta dos estadounidenses y una británica-, cuando, precisamente, es un pueblo que respira paz por todos sus poros. Andalucía también se utiliza como territorio de actividades extractivas, que deterioran el medio ambiente, mientras el valor añadido de esos mercados se genera fuera de nuestras fronteras beneficiando a terceras regiones. Los productos agrícolas modificados genéticamente son preponderantes en nuestros cultivos.
Una cualidad innata del pueblo andaluz es la asunción de otras culturas y el acogimiento de otros pueblos. Hace miles de años los civilizados tartésicos mantenían comercio con los pueblos mediterráneos y ofrecían su tierra a los desplazados focenses. ¿Cómo hemos podido llegar a estos comienzos del tercer milenio permitiendo ser utilizados por la Europa capitalista e insolidaria como parapeto contra los migrantes africanos que huyen de las guerras, los expolios y los gobernantes sanguinarios, instalados por, y cómplices de, quienes les esquilman y provocan las guerras? ¿Hemos probado alguna vez si todo cambia dejando de robar a África sus recursos básicos?
Nos alteran nuestro ser, adulteran nuestra identidad, la aculturación nos destruye como personas. Compra, compra, compra. ¿No nos damos cuenta de que, cuando España o Europa nos subvenciona, recupera lo invertido, más sus buenos réditos, al gastar nuestro escaso peculio en el hipermercado de una multinacional o en la inversión que hacemos para mejorar nuestros exiguos bienes? ¿Nadie analiza la débil producción que tiene Andalucía y sus dañinos efectos? Destrozado el sector primario y boicoteado e impedido el secundario, solo nos queda esa parte del sector terciario llamada turismo. Hace años nuestros padres y abuelos partían hacia el exilio catalán o europeo para ocuparse en los trabajos que nadie quería, hoy, hacemos lo mismo sin movernos de nuestra tierra.
Y lo peor de todo es que esta situación se produce con nuestra aquiescencia. Tenemos miedo a los hipotéticos extremos, al aparente radicalismo, al indefinido terrorismo… Miedo al cambio y a creer en nosotros mismos. Miedo a pensar en andaluz. Miedo a amar Andalucía. El refrán castellano ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’ lo aplicamos sin meditar sus consecuencias. Y un pueblo al que llaman de izquierda se comporta de la manera más conservadora posible.
Cuando se aprobó el primer Estatuto de Autonomía de Andalucía, en 1981, fue necesario incluir en su articulado una disposición adicional que decía así: ‘Dadas las circunstancias socioeconómicas de Andalucía, que impiden la prestación de un nivel mínimo en alguno o algunos de los servicios efectivamente transferidos, los Presupuestos Generales del Estado consignarán, con especificación de su destino y como fuentes excepcionales de financiación, unas asignaciones complementarias para garantizar la consecución de dicho nivel mínimo’. Se llamó Deuda Histórica. Ningún gobierno español se tomó en serio esta disposición. Los gobiernos andaluces, siempre en manos del mismo partido, reclamaban cuando mandaba otra formación política y se callaban de forma cobarde y miserable cuando eran los suyos quienes ostentaban el poder en Madrid. Las circunstancias socioeconómicas, la brecha entre Andalucía y el resto de España, fue creciendo sin que nadie se preocupara en poner soluciones. En 2007, con el mismo partido gobernando en España y en Andalucía, se reformó el Estatuto, la disposición adicional desapareció y seguimos los últimos en todos los parámetros sociales y económicos.
Nuestro lema dice: Andalucía por sí, para España y la humanidad. ¿No hemos hecho bastante ya por los demás? ¿Podremos alguna vez pensar en el por sí?
Si no construimos nuestro futuro está claro que alguien lo hará por nosotros. Y más claro está que sus intereses no serán los nuestros. Así lleva siglos sucediendo y las consecuencias son aterradoras. La actual situación de Andalucía no tiene un desarrollo natural, ni es consecuencia de las acciones de sus habitantes sino de intereses exteriores que le afectan y dañan.
Al no ser algo natural debe tener, y tiene, solución.
Es necesario que el pueblo andaluz conozca, en palabras de Blas Infante, su verdadera historia y esencia. Es necesario volver a dar ejemplo de convivencia y armonía como ya se ha hecho en etapas anteriores. Es necesario volver al ser andaluz: humano, pacífico, tolerante, trabajador, empático, constante, serio, decidido, resiliente. Es necesario recuperar la libertad que da la cultura y el conocimiento. Es necesario trabajar para poder ocupar el lugar que la vida nos tiene asignados. Es necesario luchar por nuestros derechos, por nuestra identidad, por nuestro progreso.
Es imprescindible que el histórico, solidario y culto pueblo andaluz, retome del lugar donde se encuentra postrada y destrozada su bandera verde y blanca. Y enarbolando un emblema con cerca de mil años de antigüedad, haga resurgir los grandes valores humanos que encierra su cultura, acogerse a su patrimonio histórico como pueblo andaluz y recuperar urgentemente su desarrollo industrial, agrario, comercial y productivo. Rescatar su cultura y redimir su dignidad, para así satisfacer las grandes necesidades de una comunidad de hombres y mujeres libres que siempre ha convivido en paz y armonía. Sabiendo dar ejemplo para beneficio propio y de la humanidad.
Un pueblo con más de tres mil años de historia conocida no puede estar permanentemente adormecido sin que un quejío de su corazón le despierte del letargo.
Desde nuestra alma milenaria evoquemos al pensador y médico cordobés, José Aumente, andaluz de conciencia, que, a escasos días de abandonarnos para siempre, nos dejaba un mensaje pleno de amor y grandeza: “Aún es posible la esperanza”.