Diez años del flamenco como patrimonio de la humanidad

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La idea que el Centro de Estudios Históricos de Andalucía hizo realidad.

El 16 de noviembre de 2010 el Flamenco era incluido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Un hecho que reforzó y reivindicó la transcendencia de esta seña de identidad básica y determinante para el pueblo andaluz.

La Junta de Andalucía define el Flamenco como “el Guadalquivir de la cultura andaluza, que nos identifica dentro y fuera de nuestras fronteras. Está presente en nuestras fiestas públicas y privadas. Es herencia de nuestros mayores a través de las más antiguas herramientas de transmisión de la cultura: la oralidad. Es industria cultural, motor económico, objeto de estudio y reclamo turístico. Es presente, pasado y futuro, tradición y vanguardia y una de las manifestaciones culturales más ricas y complejas del mundo”.

Como siempre, nuestros gobernantes saben utilizar perfectamente las palabras cuando se refieren a lo andaluz: fiesta, cultura, industria, economía, estudio, turismo… todo superficial, somero, sin profundizar, sin analizar. Sin ver al Flamenco con corazón, sin entender el duende, ese daimon que Nietzsche localizara en la «maravillosa cultura morisca» que describió como último eslabón de la cultura trágica de occidente.

Y para conmemorar la fecha, han programado cerca de sesenta actuaciones, dos conferencias y otras tantas mesas redondas, una máster class y una exposición. Todo ello, según nos dicen “para mostrar al flamenco tal cual es: una manifestación cultural única llena de matices expresivos, conceptuales y artísticos”. Únicamente manifestación cultural.

Se olvidan, como siempre que hacen referencia a lo andaluz, de lo más importante. Porque el Flamenco es algo más, mucho más que una manifestación cultural, es el sentir, el quejío, el alma de un pueblo que, en la lucha por dejar de ser colonia, aspira a iniciar el camino de su propia liberación.

Y como nadie va a contar la intrahistoria que hizo posible la declaración de patrimonio inmaterial del Flamenco, desde el Centro de Estudios Históricos de Andalucía (CEHA), les narraremos el trayecto recorrido desde el surgir de la idea hasta convertirla en realidad.

A comienzos de este siglo XXI, algunos miembros del CEHA se encontraban de viaje en Marruecos y visitaron la Plaza Jema-el-Fna de Marrakech, símbolo de la ciudad y uno de sus principales espacios culturales. Les comentaron que, al presentar una concentración excepcional de tradiciones culturales populares expresadas a través de la música, la religión, las narraciones orales y diversas expresiones artísticas, había sido declarada por la Unesco Patrimonio Oral de la Humanidad.

Y la idea surgió de forma espontánea. Con mucha más razón, el Flamenco podría declararse también como Patrimonio Oral, lo que significaría para esta identidad andaluza una protección y difusión de la que carecía en ese momento. Comenzaron los trabajos, se requirió la intervención del Parlamento de Andalucía, se presentó la candidatura y, para nuestra desgracia, no pasó el corte y la Unesco declaró patrimonio otras manifestaciones culturales.

Pero la llama había prendido y los promotores habían aprendido. Se dejó descansar la propuesta durante unos años y, cuando se creyó que el tema estaba olvidado, acudimos al alcalde socialista de Chiclana y le propusimos la idea -idea, por supuesto, que pasaría a ser ¨concebida y creada¨ por el PSOE y sus dirigentes-, siendo aceptada inmediatamente. Una rueda de prensa en dependencias municipales con la presencia del vicepresidente del Parlamento Andaluz, el regidor municipal, el vicepresidente del CEHA y el promotor sería el inicio de un quehacer que, unos años después, con el trabajo incansable de quienes creían en el proyecto, incluido un miembro catalán de la Unesco, dio sus frutos. El 16 de noviembre de 2010 el Flamenco era Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Diez años después, entre los actos preparados, veremos muchos reconocimientos a quienes hicieron posible esta historia, pero, muy probablemente, nadie recordará a quienes, de manera reservada y callada, hicieron posible la intrahistoria.

Pero lo peor de todo es que seguirán sin recordar la teoría del Flamenco que el propio Blas Infante desarrolló tras investigarlo dentro de su propio contexto antropológico andaluz. En su libro ´Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo´, Infante señalaba que «la aparición del cantaor profesional era un hecho nuevo», siendo el origen del cante jondo «un conjuro expresado por numerosas voces de cristianos nuevos que revelaban en las coplas flamencas su irreductible alma morisca». Con su libro, venía a certificar que la heterodoxia que él mismo defendía como parte de nuestro maltratado legado andalusí había sido admirablemente salvaguardada por los jornaleros más tristes, desposeídos y desesperados, cuya rebeldía frente a la injusticia que sentían como pueblo perseguido, colonizado y explotado quedó magistralmente canalizada en la lúcida conciencia trágica del arte flamenco.

Que el Flamenco se consolide como activo económico para el arte y la industria cultural de Andalucía nos parece bien. Pero desde el CEHA también pedimos que no se haga en detrimento de esa memoria trágica que ha forjado nuestra conciencia de pueblo andaluz. En definitiva, desde el CEHA reclamamos que no se trate al Flamenco como un simple producto de mercadotecnia encuadrado en una idea abstracta de universalidad y que se le respete en la dimensión antropológica identitaria que representa para toda Andalucía.

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